Hacia mucho frio en aquel andén, desprovisto de trenes, aquel andén que solo era un cuerpo, y una mirada fija en la esperanza. Era un enamorado cualquiera, con la sed en los brazos de beber directamente de alguien que se quedase a dormir todas las noches. Que se quedase a amanecer cada mañana. Y es que lo único que sé de la vida es que, a veces, sigue mereciendo la pena esperar a algunas personas, aunque lleguen demasiado tarde.
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